
Que una cama o una mesita de noche no tengan un nombre resulta en la actualidad prácticamente impensable en Stiegelmeyer y Burmeier. Pero en la época tras 1900, en la que el uso de medios de comunicación aún no estaba muy extendido en Alemania, no habría sido posible llegar a clientes potenciales con nombres pegadizos y mensajes publicitarios. El instrumento más importante del marketing fue, durante muchas décadas, el catálogo general de productos impreso. Y este debía desempeñar al mismo tiempo el papel de una lista de pedido muy precisa.
Es por ello que entre la década de 1900 y la década de 1990, cada una de las posibles variantes de equipamiento recibiera su propio número de catálogo. ¿Esta cama de hierro de la época imperial debe incorporar refuerzos, adornos o un tablero de madera en el piecero? ¡En ese caso, hay que pedir los números 220, 227 o 235!
El libro de búsquedas del archivo de Stiegelmeyer contiene números de producto que llegan hasta los millares. A lo largo de las décadas no parece haberse mantenido un esquema constante a la hora de asignar los números. Sin embargo, lo que sí queda claro es que los números, en su mayoría de cuatro dígitos, representan una mezcla de pertenencia a una determinada categoría de productos y la «numeración secuencial» de las variantes. Durante muchos años, todas las cunas comienzan con 56 o 69.
Con el paso del tiempo, en el ámbito de las camas médicas la renuncia absoluta a una denominación resulta sorprendente; incluso un clásico de éxito como la cama de hospital con frenos fabricada en la década de 1930 para el hospital Charité de Berlín conserva el número 5350. En la década de 1990, este número se llega incluso a pasar a una silla de madera de haya de Burmeier.
Pero, desde el principio, Stiegelmeyer fabrica también camas para clientes privados y, de este modo, se cuelan una y otra vez nombres de productos sueltos. Ya en la década de 1900 podía leerse en una página del catálogo con camas doradas y bellamente decoradas: «Todo dormitorio moderno tiene su cama de latón Union». Las camas Union casan a la perfección con el «universo de colchones de alambres de acero patentados» de 1908, que ya deja entrever aspiraciones globales. Parece casi que se inicia así una «familia de nombres por U», pero en la década de 1920 surge una idea completamente diferente.
En el catálogo de 1928, algunos productos llevan por primera vez nombre de mujer. Por aquel entonces, Stiegelmeyer fabrica también camas de muñecas, y las llama Hanna, Anita, Erika, Marga y Elsa. Para los adultos hay además un trío de camas de tubos de acero con una decoración especialmente elaborada: Resi, Rosi y Renate.
En el catálogo de 1931, este principio celebra un avance importante aunque breve. 25 variantes de cama llevan solo nombres de mujer, entre ellos clásicos locales autóctonos como Berta, Hilde, Helga y Hedwig, pero también nombres de moda internacionales como Harriet, Lucie y Rose. Es la primera vez que estas camas no tienen ya números de producto. Es probable que sea esto precisamente lo que suponga su perdición en el formulario de pedido. No cuesta imaginar las quejas en el centro de pedidos intentando aclarar si la «Helga» se quiere como cama individual o doble. En 1937, los nombres de mujeres se vuelven a sustituir por números. El catálogo anuncia triunfante: «N.º 2570 (antigua Helga)». A la cama doble Helga se le asigna el número 2571.

Por otra parte, en 1937 Stiegelmeyer bautiza muebles seleccionados con el nombre de ciudades alemanas, un principio que se perpetua hasta la década de 1960. Los patriotas del norte de Alemania, p. ej., pueden combinar el armario «Hamburg» con el taburete «Altona».
En la época del milagro económico de la década de 1950 vuelven una vez más los nombres de mujeres, esta vez con auténtico brillo y esplendor. Hilde, Berta y Agnes habían dejado de servir, y en su lugar aparecen Lola, Loretta, Tina, Arabella y ¡Soraya! El nombre de la por entonces reina persa adorna una pieza de mobiliario compacto más bien modesto: «Armario con cama plegable incorporada, puede plegarse y girarse por el lado estrecho, colchón de malla en espiral».
Finalmente, todos estos intentos quedan en nada, hasta que en 1977 tiene lugar el gran cambio antes mencionado. Este año, Stiegelmeyer presenta una cama de hospital nueva y sumamente innovadora y, sorprendentemente, le da el venerable nombre «Classic». Esta decisión tiene consecuencias asombrosas, ya que las numerosas variantes de la Classic fundan una gran familia de nombres por C. Le siguen Contura, Concepta, Corona, Comtessa, Concentra y, en el año 1980, la legendaria Comforta. Esta cama de éxito, de la que se han vendido más de 100 000 unidades hasta el nuevo milenio, ha quedado grabada en la memoria colectiva actual de la empresa como el primer producto con un nombre. A partir de aquí, no hay forma de volver a los meros números. Poco después, con Royal y Regenta comienza también la historia de los nombres en las camas para cuidados de madera.

La serie C es tanto más importante cuanto que, al mismo tiempo, implanta el esquema de asignación de nombres vigente hasta hoy en Stiegelmeyer y Burmeier. En su mayoría, los nombres de Stiegelmeyer tienen un sonido románico. El latín, el italiano o el esperando sirven como fuentes de inspiración. Los nombres deben sonar bellos y pegadizos y, en el mejor de los casos, aludir a una característica importante del producto. En el caso de la cama de hospital Puro, p. ej., su diseño despejado y las excelentes características higiénicas han influido en la elección del nombre.
Burmeier cuenta con una pequeña línea especial. Nuestra filial para la asistencia domiciliaria está orgullosa de su historia local por lo que, además de nombres románicos como Regia y Allura, también recurre a nombres procedentes de la historia regional como Hermann, Varus, Cherusker o Westfalia. Por último, en 2020 se incorporó a esta familia la cama ultrabaja Lenus, nombrada según un antiguo dios de la curación y los manantiales.
¿Cómo se da en la actualidad un nombre a un nuevo producto en el Grupo Stiegelmeyer? En primer lugar, la gestión de productos y marketing elaboran una lista con las características más importantes del producto. A continuación, se buscan estos términos en diccionarios multilingües. Tomemos como ejemplo una nueva cama ultrabaja para centros de cuidados y busquemos términos en latín adecuados. Serían posibles designaciones como profundo (altus), bajo (humilis), suelo (solum), tierra (terra) y muchos más. En este caso concreto, «terra» da origen a la cama Tereno, que en muchos idiomas recuerda a términos como «suelo» o «profundo».
Una vez se ha elaborado una lista de posibles nombres favoritos, estos se comprueban con detenimiento. En primer lugar, no debe existir ningún otro producto del ámbito sanitario o de los muebles que ya tenga el mismo nombre. Sin embargo, hay que despedirse de la idea de crear una nueva palabra única: no existe un término corto y que resulte fácil de pronunciar que no se utilice ya como nombre en algún lugar del mundo.
Lo que resulta complicado es descartar significados no deseados en otros idiomas. Sería muy molesto descubrir más tarde que el dios curativo celta es también un insulto en finés. Para ello ha de investigarse con detalle en internet, además de pedir a nuestras filiales internacionales que revisen las propuestas.
Tras 125 años de historia de la empresa, hemos recorrido una gran distancia desde la cama de muñecas Erika hasta la cama de hospital Evario y desde la cama plegable Soraya hasta la cama de cuidados intensivos Sicuro tera. Pero precisamente estas dos comparaciones evidencian que los requisitos básicos que debe satisfacer un buen nombre son siempre los mismos: un sonido bello y pegadizo, vocales variadas, consonantes sencillas y una alusión a las fortalezas del producto. Y así continuará siendo, con independencia de lo que marque la moda.